Ésto es lo cierto: la Mancha, si alguna
belleza tiene, es la belleza de su conjunto, su propia desnudez y monotonía,
que, si no distraen ni suspenden la imaginación, la dejan libre, dándole
espacio y luz donde se precipite sin tropiezo alguno. La grandeza del
pensamiento de D. Quijote no se comprende sino en la grandeza de la Mancha. En
un país montuoso, fresco, verde, poblado de agradables sombras, con lindas
casas, huertos floridos, luz templada y ambiente espeso, D. Quijote no hubiera
podido existir y habría muerto en flor, tras la primera salida, sin asombrar al
mundo con las grandes hazañas de la segunda.
Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel
suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin
direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a
ninguna; tierras surcadas por las veredas del acaso, de la aventura, y donde
todo cuanto pase ha de parecer obra de la casualidad o de los genios de la
fábula; necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace a los cuerdos
locos; aquel campo sin fin donde se levanta el polvo de imaginarias batallas,
produciendo, al transparentar de la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de
torres, de castillos; necesitaba aquella escasez de ciudades que hace más rara
y extraordinaria la presencia de un hombre o de un animal; necesitaba aquel
silencio cuando hay calma, y aquel desaforado rugir de los vientos cuando hay
tempestad; calma y ruido que son igualmente tristes y extienden su tristeza a
todo lo que pasa, de modo que si se encuentra un ser humano en aquellas
soledades, al punto se le tiene por un desgraciado, un afligido, un
menesteroso, un agraviado que anda buscando quien le ampare contra los
opresores y tiranos; necesitaba, repito, aquella total ausencia de obras
humanas que representen el positivismo, el sentido práctico, cortapisas de la
imaginación, que la detendrían en su insensato vuelo; necesitaba, en fin, que
el hombre no pusiera en aquellos campos más muestras de su industria y de su
ciencia que los patriarcales molinos de viento, a los cuales sólo el lenguaje
faltaría para ser colosos, inquietos y furibundos, que desde lejos llaman y
espantan al viajero con sus gestos amenazadores.
Pérez Galdos /Episodios Nacionales/Bailen
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