Edward Munch "El baile" (1885)
Cómo llamarte,
soledad,
sino contigo misma.
De niño, entre las
pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo
oscuro,
buscaba en ti,
encendida guirnalda,
mis auroras futuras y
furtivos nocturnos,
y en ti los
vislumbraba,
naturales y exactos,
también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya,
eterna soledad.
Me perdí luego por la
tierra injusta
como quien busca
amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y
anhelo desbocado,
y en la lluvia
sombría o en el sol evidente
quería una verdad que
a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
como las alas
fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis
ojos
con nubes sobre nubes
de otoño desbordado
la luz de aquellos
días en ti misma entrevistos,
te negué por bien
poco;
por menudos amores ni
ciertos ni fingidos,
por quietas amistades
de sillón y de gesto,
por un nombre de
reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos
placeres prohibidos,
como los permitidos
nauseabundos,
útiles solamente para
elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y
palabras de hielo.
Por ti me encuentro
ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché
con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro
ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro
deseo,
el sol, mi dios, la
noche rumorosa,
la lluvia, intimidad
de siempre,
el bosque y su
alentar pagano,
el mar, el mar como
su nombre hermoso;
y sobre todos ellos,
cuerpo oscuro y
esbelto,
te encuentro a ti,
tú, soledad tan mía,
y tu me das fuerza y
debilidad
como al ave cansada
los brazos de la piedra.
Acodado al balcón
miro insaciable el oleaje.
oigo sus oscuras
imprecaciones,
contemplo sus blancas
caricias;
y erguido desde cuna
vigilante
soy en la noche un
diamante que gira advirtiendo a los
hombres.
Por quienes vivo, aun
cuando no los vea;
y así, lejos de
ellos.
ya olvidados sus
nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas
como el mar, mi morada,
pura ante la espera
de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles,
como el mar sabe serlo
cuando toca la hora
de reposo que su fuerza conquista.
Tú, verdad solitaria,
transparente pasión,
mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la
estepa,
el hombre y su deseo,
la airada
muchedumbre,
¿Qué son sino tú
misma?
Por ti, mi soledad, los
busqué un día;
en ti, mi soledad,
los amo ahora.
Luis Cernuda.
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