Fotografía de Antoine Dágata |
Nos hemos hecho daño
y el tiempo ya no pasa indiferente.
Por qué es tan alto el precio del
olvido
no sabemos, y herimos
con una relajada displicencia
aun teniendo muy claro que algún día
alguien recordará el dolor que le
causamos,
porque el dolor persiste en la memoria
con una obstinación insobornable,
y es fiel, y es rencoroso, y el perdón
no le afecta.
Nos hemos hecho daño.
Y la juventud dorada era de nieve.
Para el amor altivo la condena
de un alto dolor.
Para el amor
que se enfrenta a la muerte,
iluminando la tiniebla con fuegos de
artificio,
para ese amor la herida
de las crepusculares sombras.
Para el amor que ignora la sustancia
funeral de la rosa, turbio aroma de un
día;
que desconoce destrucción y nada sabe
del peso oscuro que en el alma dejan
los años, que van huyendo
como lobos heridos por un bosque de
niebla.
Para el amor altivo ya sabéis: ese
fuego
de llamaradas lentas donde arde
como una estrella enferma el corazón.
Para el altivo amor nunca hay olvido:
su dardo está clavado
en el centro sombrío de la vida.
Hay siempre mar de fondo en el amor.
Hay siempre lunas muertas, estrellas
despuntadas,
sombras de muertos ángeles.
Hay siempre nubes negras y el cadáver
de un cisne.
Hay un viento que arrastra los jirones
de niebla
y una mano enemiga que desgarra la
niebla.
Hay siempre mar de fondo,
siempre
esconde el amor su aurora oscura.
FELIPE BENITEZ REYES
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