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miércoles, 31 de julio de 2024

Felix Grande "Donde fuiste feliz alguna vez"



«Donde fuiste feliz alguna vez…», de Félix Grande

 

Donde fuiste feliz alguna vez
no debieras volver jamás: el tiempo
habrá hecho sus destrozos, levantado
su muro fronterizo
contra el que la ilusión chocará estupefacta.
El tiempo habrá labrado,
paciente, tu fracaso
mientras faltabas, mientras ibas
ingenuamente por el mundo
conservando como recuerdo
lo que era destrucción subterránea, ruina.

Si la felicidad te la dio una mujer
ahora habrá envejecido u olvidado
y sólo sentirás asombro
−el anticipo de las maldiciones.
Si una taberna fue, habrá cambiado
de dueño o de clientes
y tu rincón se habrá ocupado
con intrusos fantasmagóricos
que con su ajeneidad te empujan a la calle, al vacío.
Si fue un barrio, hallarás
entre los cambios del urbano progreso
tu cadáver diseminado.

No debieras volver jamás a nada, a nadie,
pues toda historia interrumpida
tan sólo sobrevive
para vengarse en la ilusión, clavarle
su cuchillo desesperado,
morir asesinando.

Mas sabes que la dicha es como un criminal
que seduce a su víctima,
que la reclama con atroz dulzura
mientras esconde la mano homicida.
Sabes que volverás, que te hallas condenado
a regresar, humilde, donde fuiste feliz.

Sabes que volverás
porque la dicha consistió en marcarte
con la nostalgia, convertirte
la vida en cicatriz;
y si has de ser leal, girarás errabundo
alrededor del desastre entrañable
como girase un perro ante la tumba
de su dueño… su dueño… su dueño…

Félix Grande
Música amenazada


jueves, 18 de julio de 2024

Rafael de Chirbes "Diarios"


             

“Persistencia de la memoria” según Dalí, estos relojes blandos representan “el camembert del tiempo" por ser, según palabras del autor “tiernos, extravagantes, solitarios y paranoico-críticos”.
El hecho de dar una textura blanda a sus relojes llama la atención y hace que nos fijemos más detenidamente en ellos, tratando de descifrar su significado. Sabemos que el autor nos presenta un cuadro cargado de simbolismo, que encaja perfectamente con el movimiento surrealista. En él, el tiempo y la memoria son los grandes protagonistas dentro de un paisaje onírico.

“Excesos a mi edad es dormir poco, comer sin cálculo, fumar como un carretero y beber como lo que soy, un taciturno alcohólico social, que cuando deja de hacer lo que esté haciendo solo encuentra consuelo en algún lugar en el que sirvan copas y donde vea gente a su alrededor, o que solo sabe divertirse en la barra de un bar, mejor solo que acompañado, pero viendo gente que va y viene. En la nueva etapa, irá creciendo el índice de dolor que invierta por cada gramo de belleza o de simple satisfacción obtenidos. Es uno de los axiomas de la vejez, que llega a ratos sigilosa, y en otros momentos, impúdica: diciendo altiva que ya está aquí, dándole golpes y patadas a tu puerta para que se la abras cuanto antes, como si su retaguardia –la dama de la guadaña– tuviera prisa por hacer su trabajo. Si no tengo más que cincuenta y seis años, un niño según los cánones contemporáneos: pero arrugas y manchas en la piel aparecen de un día para otro. Últimamente reclaman mi atención (nunca había hecho caso de esas cosas, me miro poco en el espejo, me afeito y peino en un pispás). La piel cambia deprisa. Aunque procuro no fijarme, el espejo me muestra el deterioro, añadiéndolo a las aprensiones que nuestra época nos entrega a cualquier edad, miedo al cáncer, a la hipertensión, al colesterol, al azúcar, a la sal: han aparecido unas manchas negras en la mejilla izquierda y una parte de dicha mejilla se ha oscurecido, amenazante: como si, dentro de poco, la sombra fuera a ocupar buena parte del rostro y a oscurecerse aún más. Pienso en un cáncer de piel, en el sida, aunque seguramente no son más que rasgos que regala generosamente la vejez que tanta prisa tiene. Finjo que no lo noto, pero lo noto, y aquí escribo que lo noto. Los solitarios (sería mejor decir los solterones), además, pensamos que todas esas cosas nos apartan de los contactos sentimentales o simplemente sexuales. Cada vez menos posibilidades de gustar a nadie, y los que vivimos solos únicamente gustando a alguien podemos gozar de esas compañías esporádicas que se suponen necesarias para el equilibrio. Entras en algún local de ligue y descubres que nadie te mira o que, si alguien cruza por azar la mirada contigo, la aparta con precipitación. Le diriges a alguien la palabra y te dice: no, es que estoy cansado, o casado, o tengo prisa; esos son los signos que anuncian que lo peor está empezando a llegar. Aún hay más. Demasiadas veces te invade la sensación de que ni siquiera tienes acceso. Es decir, que ves a alguien que te gusta y ni siquiera te atreves a pensar en dirigirle la palabra, porque constatas que es de otra época, de otro tiempo, que está en el escaparate de un local al que no tienes acceso; piensas que tu tiempo con él ya ha pasado. No sé cómo ni desde cuándo, pero esa sensación es cada vez más frecuente. La sensación de estar cerca de algo hermoso que no es para ti, ya no. Te da vergüenza mancharlo hasta con la mirada.”

Rafael Chirbes “Diarios”

Rafael Chirbes “Diarios”

Rafael Chirbes Magraner (Tavernes de la ValldignaValencia, 27 de junio de 1949 - Beniarbeig, 15 de agosto de 2015) fue un escritor y crítico literario español. Con su octava novela, Crematorio, obtuvo en 2007 el Premio de la Crítica de narrativa castellana, mismo galardón que recibió en 2013 con su siguiente obra, En la orilla, que además fue galardonada con el Premio Nacional de Narrativa.