Seguidores

domingo, 9 de julio de 2023

Leila Guerrero "Los cinco golpes y el corazon"


 

Los cinco golpes y el corazón

"Nadie puede seguir a nadie al laberinto de los espejos rotos, donde no se busca consuelo porque no se lo encuentra ni se busca arreglo porque no lo hay"

Leila Guerriero

Buenos Aires

Pasó hace poco. Era de noche. Yo estaba sentada en el piso de la cocina, él en una silla, cerca de la ventana. Escuchábamos música pero yo estaba ausente, pesarosa. Me preguntó “¿Qué pasa?”. Días atrás yo había mirado fotos de nuestros viajes. Las playas, los volcanes, los autos medio rotos que alquilábamos en el Asia. Recordé la vez en que la camioneta en la que íbamos y que él, con ese rostro de belleza revolucionaria, conducía como un gladiador por el límite entre Tailandia y Myanmar, se deslizó colina abajo por un camino de barro bajo una lluvia torrencial, se tornó inmanejable y estuvimos a punto de caer por un precipicio. Recordé el modo sereno y marcial con que me ordenó “Saltá” y la manera cobarde en que le dije “No”, porque no quería una vida sin él. Cuando nos conocimos éramos dos tifones. Nadie daba nada por nosotros. Dos semanas, decían. Como mucho tres. Pasaron décadas. En la escena final de Kill Bill, la película de Quentin Tarantino, Uma Thurman le aplica a David Carradine el golpe de cinco puntos y palma que revientan el corazón. Una vez golpeada, la víctima no tiene escapatoria: apenas dé un paso caerá muerta. Yo llevo desde siempre ese golpe en mí. Me lo dio un fantasma antes de nacer y cada tanto me fulmina. Él, que es el fondo de mi pozo sin fondo, nunca se asustó por eso. Siempre se mantuvo paciente esperando mi resurrección. No tiene idea de quién soy pero me conoce absolutamente. Esa noche, sentada en el piso, no le dije nada. Sólo sonreí. ¿Qué hubiera podido decirle, excepto “Estoy en la oscuridad bailando con extraños, profundamente amenazada”? Nadie puede seguir a nadie al laberinto de los espejos rotos, donde no se busca consuelo porque no se lo encuentra ni se busca arreglo porque no lo hay. Entonces él se levantó, tomó una copa, sirvió vino, me la acercó y dijo “Te voy a emborrachar”. Le dije “Bueno. Si venís conmigo”. Y eso hizo. Así fue como entramos juntos en la noche sin alma pero repleta de nosotros dos. Sin quejas, sin reclamos, sin pedir explicaciones, hizo lo que hacen los que aman: me dejó caer completamente sola. Después, como siempre, me miró triunfar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario