Un pobre hidalgo de aldea, Alonso Quijano, ha inaugurado para nosotros la historia del arte de la novela mediante tres preguntas sobre la existencia: ¿Qué es la identidad de un individuo? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es el amor?
Milan Kundera (“El Telón)
Si yo fuese
Dios
Y tuviese el secreto
Haría un ser exacto a ti
Lo probaría
A la manera de los panaderos cuando prueban el pan
Es decir, con la boca
Y si ese
sabor
Fuese igual al tuyo
O sea, tu mismo olor
Y tu manera de sonreír
Y de guardar
silencio
Y de estrechar mi mano, estrictamente
Y de besarnos sin hacernos daño
De eso sí estoy seguro
Pongo tanta atención cuando te beso
Entonces
Si yo fuese
Dios
Podría repetirte y repetirte
Siempre la misma y siempre diferente
Sin cansarme jamás del juego idéntico
Sin desdeñar tampoco la que fuiste
Por la que ibas a ser dentro de nada
Ya no sé si me explico
Pero quiero quiero aclarar que
Si yo fuese
Dios
Haría lo posible por ser Ángel González
Para quererte tal como te quiero
Para aguardar con calma
A que te crees tú misma cada día
A que
sorprendas todas las mañanas
La luz recién nacida con tu propia luz
Y corras la cortina impalpable que separa el sueño de la vida
Resucitándome con tu palabra
Lázaro
alegre, yo
Mojado todavía
De sombras y pereza
Sorprendido y absorto en la contemplación
De todo aquello que
En unión de
mí mismo
Recuperas y salvas
Mueves
Dejas abandonado cuando, luego, callas
Escucho tu
silencio
Oigo constelaciones
Existes. Creo en ti
Eres. Me basta
Si yo fuese Dios
Y tuviese el secreto