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domingo, 7 de octubre de 2012

Thomas Mann "Travesía marítima de don Quijote"


M A N N , E N T R E LOS A D M I R A D O R E S A L E M A N E S DE C E R V A N T E S
Travesía marítima con don Quijote

Texto de la conferencia pronunciada por el profesor Kurt Spang en
la Universidad de Navarra, en octubre pasado, con ocasión de la Semana
Cultural Hispano-Alemana, que se celebra desde hace trece años
en dicha universidad.
Lo que faltaba: don Quijote viajando por el mar. Tal vez, después de
tanto Quijote por tierra, tampoco vendría mal mandarle de viaje por
el mar para bajar de alguna manera la fiebre desencadenada por tantos
afanes quijotescos con ocasión del cuarto centenario.
Pero no es eso. El viaje que emprendió Thomas Mann en 1934 por
el Atlántico a Nueva York no es más que el motivo externo para que el
premio Nobel alemán se llevase como lectura de viaje el Quijote. «El
Don Quijote es un libro universal y para un viaje al nuevo mundo es
justo lo apropiado», constata Mann1. De ahí el título Meerfahrt mit Don
Quijote («Viaje por el mar con Don Quijote»), una mezcla entre apuntes
de diario y observaciones y comentarios sobre las lecturas del Quijote,
hechas entre el 19 y el 29 de mayo de 1934. De las apenas cien páginas
que ocupa este librito, una tercera parte se dedica a apuntes sobre
la lectura del Quijote y el resto describe episodios y detalles del propio
viaje que era el primero que realizó Mann. Además, seguramente para
abultar, la editorial inserta una serie de fotos del matrimonio Mann y de
varios barcos transatlánticos que utilizó hasta 1951 para sus viajes a Estados
Unidos y a Europa.
No es mi intención comentar todas las observaciones muy interesantes
que apunta Thomas Mann sobre el Quijote, porque no dispongo del
espacio suficiente. En el fondo, el punto que llama la atención es el hecho
de que el Quijote pudo interesar y fascinar a nuestro novelista como pudo
entusiasmar también a miles de lectores alemanes durante el Romanticismo
en el siglo XIX. Hubo muchos alemanes en aquel entonces que
aprendieron español sólo para poder leer el Quijote en el idioma original.
Una circunstancia que contrasta llamativamente con el actual desinterés
y a menudo aburrimiento que suele producir la novela, a pesar de que
se considera la pionera y fundadora de la novela moderna.
He seleccionado algunas de las consideraciones capaces de explicarnos
el interés de Mann por esta obra literaria y capaces quizá también
de despertar el interés general por la novela y profundizar en conocimientos,
en caso de que ya se haya superado una eventual aversión.
OBRA DE TRADUCTORES Una de las primeras observaciones parte
del hecho de que Thomas Mann —que
no sabía español— leyó la novela en la admirable traducción de Ludwig
Tieck, cuya labor Mann elogia profusamente.
Pero no es el hecho más destacable para él sino que, en el Quijote,
el propio Cervantes finge que la novela no es obra suya sino una traducción,
la traducción de un libro escrito en árabe por un tal Cide Hamete
Benengeli, escritor moro cuyo manuscrito encuentra el narrador
en un mercado de Toledo y que manda traducir al castellano a otro
moro con el que tropieza por casualidad en el mismo mercado. ¿Por qué
Cervantes inventa esta circunstancia?
La costumbre de atribuir la autoría de un libro a una persona ficticia
no era, y todavía hoy no es rara, porque entre otras cosas ofrecía la
ventaja de que el autor real no tenía que responsabilizarse de lo escrito
—podía así sortear la censura—. De ese modo los autores encontraban
menos reparos para criticar libremente la sociedad en la que vivía; como
en nuestro caso, por ejemplo, la manía de sus contemporáneos de leer
libros de caballerías.
Es algo parecido a la crítica de un autor actual que vituperara la
manía de seguir en televisión Gran hermano o las cargantes telenovelas
interminables. Es más, para Cervantes la crítica de la lectura de libros
de caballerías se transforma en el motivo principal y en la estructura básica
de la novela ya que, en la ficción novelística, el propio don Quijote
era lector afanoso de este tipo de literatura fantástica y su propósito
de convertirse en caballero andante para socorrer a los necesitados y
ayudar a los desamparados tiene su origen en las lecturas indiscriminadas
y poco críticas de numerosos libros de caballerías.
Superficialmente, esta circunstancia podría sugerir al lector del Quijote
que Cervantes ha querido avisar del peligro de que la lectura de este
tipo de libros hace que los lectores pierdan la cordura y se vuelvan ridículos.
De hecho numerosas generaciones de lectores han leído el Quijote
como mero pasatiempo entretenido y gracioso. Thomas Mann, sin
embargo, es de otra opinión y llama la atención sobre las múltiples facetas
de los protagonistas: «Don Quijote permanece loco, su obsesión de caballero
andante le obliga a ello, pero el capricho anacrónico también es
fuente de nobleza, limpieza y amenidad reales, de una cortesía atractiva
que merece respeto en todas sus manías, las corporales y espirituales, de
modo que las risas acerca de su figura triste y grotesca siempre están mezcladas
con respeto y sorpresa simpatizante. El hidalgo sin tachadura sigue
atractivo a pesar del comportamiento lastimoso y sublime a la vez. El espíritu,
a pesar de su caprichosa actuación, lo ennoblece y hace que su
dignidad moral salga ilesa de cualquier humillación» (pág. 25).
Mann ha visto muy claramente que no se hace justicia al caballero
de la triste figura considerándolo únicamente un payaso maniático, pues
Cervantes ha querido darle una categoría humana mucho más profunda
y respetable, ejemplar y universal. A menudo esta dimensión no se
descubre porque las lecturas se detienen frecuentemente en los meros
acontecimientos superficiales. Se lee el qué y a lo sumo el cómo, pero
pocas veces se trata de averiguar el porqué, es decir, el motivo por el
cual el autor inventa estas circunstancias.
UN AMANTE IDEAL Por debajo de las manías de don Quijote se
halla la nobleza del fiel admirador imperturbable
de la sin par hermosa Dulcinea; un amor irreal y demasiado idealista
pero fiel y constante como ya quedan pocos. El Quijote es en el
fondo un canto y una alabanza de la fidelidad amorosa. Por debajo de
sus manías hallamos la dignidad del idealista que lucha por el bien a
pesar de la engañosa y oportunista forma de vivir de la mayoría de la
gente. Don Quijote está dispuesto a recibir palos y arriesga castigos y
engaños, pero no pierde la fe en la bondad del hombre y en la posibilidad
de hacer el bien y ayudar al prójimo a pesar de todo. ¡Menudo ejemplo
en los tiempos que corren! Además, por anticuado, no se ha vuelto
inválido.
A Mann le llama la atención que Cervantes escoja adrede situaciones
grotescas que deja atravesar a su protagonista porque también pretende
censurar y satirizar las exageraciones de los libros de caballerías,
que son verdaderos compendios de exageraciones e inverosimilitudes.
Sin embargo, pensando en nuestro presente deberíamos preguntarnos:
¿cuántos Quijotes nos harían falta en la sociedad actual para contrarrestar
las intrigas, bellaquerías y corrupciones a las que estamos expuestos?
¿Cuántos quedan dispuestos a defender desinteresadamente a
los desamparados y socorrer a los necesitados en nuestros días?
UN ESPAÑOL SOBRE OTRO ESPAÑOL Acerca de Sancho Panza observa
Thomas Mann: «Este
gordinflón, con sus mil refranes, su salero y su sentido común campesino
no comparte las "ideas" ya que no le traen más que palizas sino que cuida
de su alforja; y sin embargo, se ilusiona por este espíritu, siente cariño por
su amo bueno y absurdo; no le abandona a pesar de que estar a su servicio
no le trae más que incordios; al contrario, le guarda fidelidad sincera y admirativa
a pesar de que de vez en cuando tiene que mentirle. Esto es maravilloso,
llena su figura de humanidad y la eleva por encima de la esfera
de la mera comicidad hacia lo humorístico entrañable» (págs. 25-26).
No es casual que Cervantes ponga al lado de su caballero idealista y
soñador este personaje que contrasta con él en casi todos los aspectos.
Es el representante de la cordura y del sentido común, es el realista que
ve las cosas como son y conoce los bajos fondos de la sociedad y de la
humanidad. Lo inventa Cervantes para bajar de las nubes a su amo,
aunque no siempre lo consigue o lo consigue sólo cuando él solo o los
dos ya hayan recibido una de las abundantes palizas que se reparten en
la novela. Sancho sabe que la vida es así, que no todo es coser y cantar
como hubiera podido comentar aprovechando el pozo de dichos y proverbios
del que siempre está dispuesto a sacar ejemplos apropiados (y no
tan apropiados).
Sancho representa para Thomas Mann un rasgo característico del
pueblo español: su actitud ante la noble locura —léase idealismo— a
la que no tiene más remedio que servir. Habrá que preguntarse si esta
caracterización de lo español habrá sido válida en 1934; y además habría
que añadir que, si existe, no era y incluso hoy no es un rasgo exclusivamente
español, pues todos admiramos —aunque sea inconscientemente—
la persona que a pesar de los contratiempos defiende
ideales, lucha por el bien y contra el mal. Todos llevamos un pequeño
Quijote dentro de nosotros, aunque muchos lo arrinconen en lo más
recóndito de sus corazones. ¿Quién no admira, por lo menos por sus
adentros, la grandeza de espíritu, la magnanimidad y la caballerosidad
desinteresadas?
«La humanidad —comenta Thomas Mann— se dobla ciertamente
ante el éxito, ante los hechos consumados del poder, incluso cuando se
inician con un crimen. Pero en el fondo no olvida lo feo humano, la injusticia
violenta y la brutalidad que ocurre en su seno, sin su simpatía no
se puede mantener un éxito de poder e industria. La historia es la realidad
común para la cual uno ha nacido, para la cual uno debe esforzarse
y en la cual fracasa la magnanimidad inadaptada de don Quijote. Ello
resulta cautivador y gracioso a la vez» (págs. 26-27).
Nuestro héroe es un modelo de aguante ante los percances que pudo
padecer una persona entonces y que puede sufrir hoy y siempre; en el
fondo, don Quijote es un pequeño Job admirable, de los que ya no quedan
muchos ejemplares. Pero no es un sufridor humilde y resignado,
sino un luchador y emprendedor, con ganas de enfrentarse con el peligro
y de arreglar el mundo. Es más —y esto llama la atención de Thomas
Mann—, al lado de las muestras palpables de locura idealista,
el caballero da muestras de una cordura que admira a los personajes
con los que se encuentra y que admiran hasta el lector de hoy en día.
Don Quijote pronuncia unos discursos llenos de saber y sabiduría humanísticos.
Los comenta Mann como sigue: «Son excelentes estos discursos;
por ejemplo, uno sobre la educación o sobre poesía natural y artística
que pronuncia ante su compañero de viaje, el Caballero del Verde
Gabán, están llenos de cordura, de justicia, de benevolencia humana y
nobleza formal, de modo que el del Verde Gabán duda con razón y finalmente
abandona totalmente la opinión de que don Quijote fuese loco,
que se había formado al principio. Pero eso es lo que se intenta mostrar y
también el lector debe abandonar esta opinión. [...] El respeto [de Cervantes]
ante la criatura de su propia invención crece continuamente durante
la narración, este proceso es quizá lo más fascinante en toda la novela,
es incluso una novela aparte que coincide con el creciente respeto
ante la obra misma que fue concebida modestamente como tosca broma
satírica, sin hacerse una idea de qué rango simbólico-humano había de alcanzar
la figura del protagonista» (pág. 43).
El lector que considere estos contrastes como mero juego o simple
variación de temas y formas de presentación no ha entendido el propósito
de Cervantes y no interpretará debidamente la novela. Don Quijote
es el idealista ingenuo, cegado por sus sueños de mejorar el mundo
y tropezando continuamente con la incomprensión y la ceguera de la
gente que no quiere ver la verdad y el bien, gente que se ha arreglado en
esta vida y se resiste a ser sacada de sus casillas.
LA RIDICULEZ DEL IDEALISMO. He aquí el valor universal y eterno
de la novela porque también es
una prueba de que el hombre es terco en sus autoengaños e inalterable
en sus actuaciones aunque sean falsas y perjudiciales. Muestra también
que los idealistas con frecuencia ven defectos e infracciones donde no
los hay, muestra que el idealismo ofuscado es tan ciego como el oportunismo
y el egoísmo.
Los episodios que inventa Cervantes para mostrar la ridiculez del
idealismo ciego son realmente brutales e inmisericordes. Piensen ustedes
en la pesadumbre que prepara Sancho sin querer a don Quijote,
guardando unos quesos frescos en el yelmo de su amo: al ponerselo éste,
empiezan a derretirse de modo que don Quijote teme que se le esté
ablandando el cerebro o que esté sudando un sudor horrible que podría
hacer creer a los demás que se debe al miedo.
Este tipo de «jugadas» al héroe tiene tanto de sarcástico y de salvaje
como el hecho de encerrar a don Quijote en una jaula y llevarlo sobre
un carro a su pueblo. Son quizá los momentos más abominables y degradantes
para don Quijote. Sin embargo, en realidad Cervantes no
quiere humillar a su protagonista, al contrario, lo quiere y lo honra.
Thomas Mann se pregunta: «¿No tiene aires de mortificación, de autohumillación
y autocastigo esta crueldad? Sí, a mí me resulta como si
alguien abandonara aquí su tantas veces vilipendiada fe en los ideales,
en el hombre y en su ennoblecimiento y que esta conformidad con la
realidad ordinaria fuese realmente la definición del humor» (pág. 49).
No carece de justificación esta suposición de Thomas Mann: Cervantes
está, por así decir, vengándose a título personal de los agravios y
las desilusiones que ha debido sufrir él mismo como ciudadano. Se desahoga
en su novela por las injusticias personales sufridas.
HACIA EL FINAL. Tal vez deba interpretarse también en esta línea
el final de la novela. Como se sabe, en el lecho
de muerte don Quijote se arrepiente, reconoce que fue un error dejarse
engañar por las utópicas ideas de los libros de caballerías, el hacerse caballero
andante y el haber creído que pudiese mejorar el mundo.
Este final se halla en un contraste extremo con lo que Thomas
Mann considera el objetivo supremo de las actuaciones de don Quijote
y de toda la novela. Se refiere al «capítulo maravilloso narrado con una
comicidad patética que revela el auténtico entusiasmo del poeta frente
a la locura heroica de su protagonista. Su contenido es extrañamente
conmovedor y grandiosamente ridículo. El encuentro con el carro cargado
de leones que manda el general de Orán a la corte como regalo
para el rey. El suspense con que se leen estas páginas, después de todo
lo que se sabe ya de la magnanimidad ciega e infructuosa de don Quijote,
y en las que insiste sin dejarse desviar por ninguna objeción racional;
estas páginas testimonian del arte extraordinario del narrador de
variar el mismo motivo a través de todas las posibles transformaciones
y, sin embargo, mantenerlo fresco y efectivo (págs. 62-63).
En este episodio don Quijote pretende desafiar a unos leones insistiendo
en luchar contra ellos; pero los leones ni le hacen caso, ni bajan
de la jaula abierta por el guardián después de insistirle enérgicamente
don Quijote.
Por tanto, no basta querer luchar y demostrar su valor; si el adversario
ni te hace caso, todo tu valor es inútil e infructuoso. Eso es lo que
don Quijote descubre también en el lecho de muerte: no se debe luchar
si la causa no es adecuada.
Thomas Mann no está satisfecho con este final, porque teme que
con esta muerte tan razonable y tan trivial pueden también desaparecer,
o por lo menos infravalorar, los ideales por los que luchó su héroe. Ciertamente
Cervantes ha conseguido parodiar y ridiculizar los libros de
caballerías, lo cual era su primer propósito; pero si con ello provoca la
desaparición de los nobles ideales por los que se comprometió don Quijote
surge el riesgo de que el lector considere que este final podría desprestigiar
o incluso acabar con los esfuerzos continuos de hacer el bien
contra viento y marea. Así Don Quijote de la Mancha dejaría de ser el
libro ejemplar, modelo de todas las novelas modernas y además el libro
de más prestigio de la literatura española, sino que dejaría también de
ser demostración de un comportamiento que imperturbablemente se
empeña en luchar por la verdad y el bien. Porque sólo por esta razón el
Quijote se ha convertido en un libro universal y ha sobrevivido la ficticia
muerte de su héroe.
N O T A S

1 Thomas Mann, Essays, vol. 4: Achtung, Europa! 1933-1938, Frankfurt am Main: S. Fischer
Verlag 1995, pp. 14-15 Citamos y traducimos de la edición Meerfahrt mit Don Quijote, de la
misma editorial y publicada en 2003 con indicación de la página entre paréntesis.

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