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martes, 18 de diciembre de 2012

Javier Lostalé "Caricia"




         CARICIA

Nunca tu caricia fue primera,
siempre te escondiste
entre sus dardos de sombra
para no estar,
mientras yo perdía el sentido
en la flor más intacta.
Un cuerpo sin destino
mis ojos escuchaban
entre círculos palpitantes
que mojaban la penumbra
con su respiración de labios.
El tacto del pensamiento
alzaba su paraíso
para pronto desvanecerse
en la distancia más dolorosa,
la que inunda
sin lugar donde rendirse.
Apenas un movimiento bastó
para que toda mi vida
se cruzara contigo
en soledad de vencido.
Sin tiempo
incubaba tu palabra
en el espacio puro
por el deseo amanecido,
pero tú callabas
en una desierta lejanía
donde a veces tocaba
el incandescente límite.
Cansado de no existir
cada mañana aún reposo
en la aurora de tu olvido.


De “Tormenta transparente” Javier Lostalé

lunes, 10 de diciembre de 2012

j. Luis Borges "Don Quijote"



Jorge Luis Borges - Don Quijote



Conferencia pronunciada en la Universidad de Austin en 1968

Puede parecer una tarea estéril e ingrata discutir una vez más el tema de Don Quijote, ya que se han escrito sobre él tantos libros, bibliotecas enteras, bibliotecas aún más abundantes que la que fue incendiada por el piadoso celo del sacristán y el barbero. Sin embargo, siempre hay placer, siempre hay una suerte de felicidad cuando se habla de un amigo. Y creo que todos podemos considerar a Don Quijote como un amigo. Esto no ocurre con todos los personajes de ficción. Supongo que Agamenón y Beowulf resultan más bien distantes. Y me pregunto si el príncipe Hamlet no nos hubiera menospreciado si le hubiéramos hablado como amigos, del mismo modo en que desairó a Rosencrantz y Guildenstern. Porque hay ciertos personajes, y esos son, creo, los más altos de la ficción, a los que con seguridad y humildemente podemos llamar amigos. Pienso en Huckleberry Finn, en Mr. Pickwick, en Peer Gynt y en no muchos más.

Pero ahora hablaremos de nuestro amigo Don Quijote. Primero digamos que el libro ha tenido un extraño destino. Pues de algún modo, apenas si podemos entender por qué los gramáticos y académicos le han tomado tanto aprecio a Don Quijote. Y en el siglo XIX fue alabado y elogiado, diría yo, por las razones equivocadas. Por ejemplo, si consideramos un libro como el ejercicio de Montalvo, Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, descubrimos que Cervantes fue admirado por la gran cantidad de proverbios que conocía. Y el hecho es que, como todos sabemos, Cervantes se burló de los proverbios haciendo que su rechoncho Sancho los repitiera profusamente. Entonces, la gente consideraba a Cervantes un escritor ornamental. Y debo decir que a Cervantes no le interesaba para nada la escritura ornamental; la escritura refinada no le agradaba demasiado, y leí en alguna parte que la famosa dedicatoria de su libro al Conde de Lemos fue escrita por un amigo de Cervantes o copiada de algún libro, ya que él mismo no estaba especialmente interesado en escribir esa clase de cosas. Cervantes fue admirado por su «buen estilo», y por supuesto las palabras «buen estilo» significan muchas cosas. Si pensamos que Cervantes nos transmitió el personaje y el destino del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, tenemos que admitir su buen estilo, o, más bien, algo más que un buen estilo, porque cuando hablamos de buen estilo pensamos en algo meramente verbal.

Me pregunto cómo hizo Cervantes para lograr ese milagro, pero de algún modo lo logró. Y recuerdo ahora una de las cosas más notables que he leído, algo que me produjo tristeza. Stevenson dijo: «¿Qué es el personaje de un libro?». Y respondió: «Después de todo, un personaje es tan sólo una ristra de palabras».

Es cierto, y sin embargo, lo consideramos una blasfemia. Porque cuando pensamos, digamos, en Don Quijote o en Huckleberry Finn o en Peer Gynt o en Lord Jim, sin duda no pensamos en ristras de palabras. También podríamos decir que nuestros amigos están hechos de ristras de palabras y, por supuesto, de percepciones visuales. Cuando en la ficción nos encontramos con un verdadero personaje, sabemos que ese personaje existe más allá del mundo que lo creó. Sabemos que hay cientos de cosas que no conocemos, y que sin embargo existen. De hecho, hay personajes de ficción que cobran vida en una sola frase. Y tal vez no sepamos demasiadas cosas sobre ellos, pero, especialmente, lo sabemos todo. Por ejemplo, ese personaje creado por el gran contemporáneo de Cervantes. Shakespeare: Yorick; el pobre Yorick, es creado, diría, en unas pocas líneas. Cobra vida. No volvemos a saber nada de él, y sin embargo sentimos que lo conocemos. Y tal vez, después de leer Ulises, conocemos cientos de cosas, cientos de hechos, cientos de circunstancias acerca de Stephen Dedalus y de Leopold Bloom. Pero no los conocemos como a Don Quijote, de quien sabemos mucho menos.

Ahora voy al libro mismo. Podemos decir que es un conflicto entre los sueños y la realidad. Esta afirmación es, por supuesto, errónea, ya que no hay causa para que consideremos que un sueño es menos real que el contenido del diario de hoy o que las cosas registradas en el diario de hoy. No obstante, como debemos hablar de sueños y realidad, porque también podríamos, pensando en Goethe, hablar de Wahrheit und Dichtung, de verdad y poesía. Pero cuando Cervantes pensó escribir este libro, supongo que consideró la idea del conflicto entre los sueños y la realidad, entre las proezas consignadas en los romances que Don Quijote leyó y que fueron tomadas del Matière de Bretagne, del Matière France y demás y la monótona realidad de la vida española a principios del siglo XVII. Y encontramos este conflicto en el título mismo del libro. Creo que, tal vez, algunos traductores ingleses se han equivocado al traducir El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha como The ingenious knight: Don Quijote de la Mancha, porque las palabras «Knight» y «Don» son lo mismo. Yo diría tal vez «the ingenious country gentleman», y allí está el conflicto.

Pero, por supuesto, durante todo el libro, especialmente en la primera parte, el conflicto es muy brutal y obvio. Vemos a un caballero que vaga en sus empresas filantrópicas a través de los polvorientos caminos de España, siempre apelado y en apuros. Además de eso, encontramos muchos indicios de la misma idea. Porque por supuesto, Cervantes era un hombre demasiado sabio como para no saber que, aun cuando opusiera los sueños y la realidad, la realidad no era, digamos, la verdadera realidad, o la monótona realidad común. Era una realidad creada por él; es decir, la gente que representa la realidad en Don Quijote forma parte del sueño de Cervantes tanto como Don Quijote y sus infladas ideas de la caballerosidad, de defender a los inocentes y demás. Y a lo largo de todo el libro hay una suerte de mezcla de los sueños y la realidad.

Por ejemplo, se puede señalar un hecho, y me atrevo a decir que ha sido señalado con mucha frecuencia, ya que se han escrito tantas cosas sobre Don Quijote. Es el hecho de que, tal como la gente habla todo el tiempo del teatro en Hamlet, la gente habla todo el tiempo de libros en Don Quijote. Cuando el párroco y el barbero revisan la biblioteca de Don Quijote, descubrimos, para nuestro asombro, que uno de los libros ha sido escrito por Cervantes, y sentimos que en cualquier momento el barbero y el párroco pueden encontrarse con un volumen del mismo libro que estamos leyendo. En realidad eso es lo que pasa, tal vez lo recuerden, en ese otro espléndido sueño de la humanidad, el libro de Las mil y una noches. Pues en medio de la noche Scherezade empieza a contar distraídamente una historia y esa historia es la historia de Scherezade. Y podríamos seguir hasta el infinito. Por supuesto, esto se debe a, bueno, a un simple error del copista que vacila ante ese hecho, si Scherezade contando la historia de Scherezade es tan maravilloso como cualquier otro de los maravillosos cuentos de las Noches.

Además, también tenemos en Don Quijote el hecho de que muchas historias están entrelazadas. Al principio podemos pensar que se debe a que Cervantes puede haber pensado que sus lectores podrían cansarse de la compañía de Don Quijote y de Sancho y entonces trató de entretenerlos entrelazando otras historias. Pero yo creo que lo hizo por otra razón. Y esa otra razón sería que esas historias, la Novela del curioso impertinente, el cuento del cautivo y demás, son otras historias. Y por eso está esa relación de sueños y realidad, que es la esencia del libro. Por ejemplo, cuando el cautivo nos cuenta su cautiverio, habla de un compañero. Y ese compañero, se nos hace sentir, es finalmente nada menos que Miguel de Cervantes Saavedra, que escribió el libro. Así hay un personaje que es un sueño de Cervantes y que, a su vez, sueña con Cervantes y lo convierte en un sueño. Después, en la segunda parte del libro, descubrimos, para nuestro asombro, que los personajes han leído la primera parte y que también han leído la imitación del libro que ha escrito un rival. Y no escatiman juicios literarios y se ponen del lado de Cervantes. Así que es como si Cervantes estuviera todo el tiempo entrando y saliendo fugazmente de su propio libro y, por supuesto, debe haber disfrutado mucho de su juego.

Por supuesto, desde entonces otros escritores han jugado ese juego (permítanme que recuerde a Pirandello) y también una vez lo ha jugado uno de mis escritores favoritos, Henrik Ibsen. No sé si recordarán que al final del tercer acto de Peer Gynt hay un naufragio. Peer Gynt está a punto de ahogarse. Está por caer el telón. Y entonces Peer Gynt dice: «Después de todo, nada puede ocurrirme, porque, ¿cómo puedo morir al final del tercer acto?». Y encontramos un chiste similar en uno de los prólogos de Bernard Shaw. Dice que de nada le serviría a un novelista escribir «se le llenaron los ojos de lágrimas, pues vio que a su hijo sólo le quedaban unos pocos capítulos de vida». Y yo diría que fue Cervantes quien inventó este juego. Salvo que, por supuesto, nadie inventa nada, porque siempre hay algunos malditos antecesores que han inventado muchísimas cosas antes que nosotros.

Entonces tenemos en Don Quijote un doble carácter. Realidad y sueño. Pero al mismo tiempo Cervantes sabía que la realidad estaba hecha de la misma materia que los sueños. Es lo que debe haber sentido. Todos los hombres lo sienten en algún momento de su vida. Pero él se divirtió recordándonos que aquello que tomamos como pura realidad era también un sueño. Y así todo el libro es una suerte de sueño. Y al final sentimos que, después de todo también nosotros podemos ser un sueño.

Y hay otro hecho que me gustaría recordarles: cuando Cervantes habló de La Mancha, cuando habló de los caminos polvorientos, de las posadas de España a principios del siglo XVII, pensaba en ellas como cosas aburridas, como cosas muy ordinarias. Algo muy semejante sentía Sinclair Lewis al hablar de Main Street, y cosas así. Y sin embargo ahora palabras como La Mancha tienen una significación romántica porque Cervantes se burló de ellas.

Y hay otro hecho que me gustaría recordarles. Cervantes, como él mismo dijo dos o tres veces, quería que el mundo olvidara los romances de caballería que él acostumbraba leer. Y sin embargo si hoy se recuerdan nombres tales como Palmerín de Inglaterra, Tirant lo Blanc, Amadís de Gaula y otros, es porque Cervantes se burló de ellos. Y de algún modo esos nombres ahora son inmortales. Entonces uno no debe quejarse si la gente se ríe de nosotros, porque por lo que sabemos, esa gente puede inmortalizarnos con su risa.

Por supuesto, no creo que tengamos la suerte de que se ría de nosotros un hombre como Cervantes. Pero seamos optimistas y pensemos que podría ocurrir.

Y ahora llegamos a otra cosa. Algo que es tal vez tan importante como otros hechos que ya les he recordado. Bernard Shaw dijo que un escritor sólo podía tener tanto tiempo como el que le diera su poder de convicción. Y, en el caso de Don Quijote, creo que todos estamos seguros de conocerlo. Creo que no hay duda posible de nuestra convicción en cuanto a su realidad. Por supuesto, Coleridge escribió sobre una voluntaria suspensión del descreimiento. Ahora me gustaría entrar en detalles acerca de mi afirmación.

Creo que todos nosotros creemos en Alonso Quijano. Y, por raro que parezca, creemos en él desde el primer momento en que nos es presentado. Es decir, desde la primera página del primer capítulo. Y sin embargo, cuando Cervantes lo presentó ante nosotros, supongo que sabía muy poco de él. Cervantes debe haber sabido tan poco como nosotros. Debe haber pensado en él como héroe, o como el eje de una novela de humor, pero no se ve ningún intento de entrar en lo que podríamos llamar su psicología. Por ejemplo, si otro escritor hubiera tomado el tema de Alonso Quijano, o de cómo Alonso Quijano se volvió loco por leer demasiado, hubiera entrado en detalles acerca de su locura. Nos hubiera mostrado el lento oscurecimiento de su razón. Nos hubiera mostrado cómo todo empezó con una alucinación, cómo al principio jugó con la idea de ser un caballero errante, cómo por fin se lo tomó en serio, y tal vez todo eso no le hubiera servido de nada a ese escritor. Pero Cervantes meramente nos dice que se volvió loco. Y nosotros le creemos.

Ahora bien, ¿qué significa creer en Don Quijote? Supongo que significa creer en la realidad de su personaje, de su mente. Porque una cosa es creer en un personaje, y otra muy diferente es creer en la realidad de las cosas que le ocurrieron. En el caso de Shakespeare es muy claro. Supongo que todos creemos en el príncipe Hamlet, que todos creemos en Macbeth. Pero no estoy seguro de que las cosas ocurrieran tal como Shakespeare nos cuenta en la corte de Dinamarca, ni tampoco que creemos en las tres brujas de Macbeth.

En el caso de Don Quijote, estoy seguro de que creemos en su realidad. No estoy seguro -tal vez sea una blasfemia, pero después de todo, estamos hablando entre amigos, les estoy hablando a todos ustedes; es algo diferente, ¿no?, estoy hablando en confianza-, no estoy del todo seguro de que creo en Sancho como creo en Don Quijote. Pues a veces siento que pienso en Sancho como un mero contraste de Don Quijote. Y después están los otros personajes. Me parece que creo en Sansón Carrasco, creo en el cura, en el barbero, tal vez en el duque, pero después de todo no tengo que pensar mucho en ellos, y cuando leo Don Quijote tengo una sensación extraña. Me pregunto si compartirán esta sensación conmigo. Cuando leo Don Quijote, siento que esas aventuras no están allí por sí mismas. Coleridge comentó que cuando leemos Don Quijote nunca nos preguntamos «¿y ahora qué sigue?», sino que nos preguntamos qué ocurrió antes, y que estamos más dispuestos a releer un capítulo que a continuar con uno nuevo.

¿Cuál es la causa? La causa, supongo, es que sentimos, al menos yo siento, que las aventuras de Don Quijote son meros adjetivos de Don Quijote. Es una argucia del autor para que conozcamos profundamente al personaje. Es por eso que libros como La ruta de Don Quijote, de Azorín, o la Vida de Don Quijote y Sancho de Unamuno, nos parecen de algún modo innecesarios. Porque toman las aventuras o la geografía de las historias demasiado en serio. Mientras que nosotros realmente creemos en Don Quijote y sabemos que el autor inventó las aventuras para que nosotros pudiéramos conocerlo mejor.

Y no sé si esto no es cierto con respecto a toda la literatura. No sé si podemos encontrar un solo libro, un buen libro, del que aceptemos el argumento aunque no aceptemos a los personajes. Creo que eso no ocurre nunca, creo que para aceptar un libro tenemos que aceptar a su personaje central. Y podemos pensar que estamos interesados en las aventuras, pero en realidad estamos más interesados en el héroe. Por ejemplo, aun en el caso de otro gran amigo nuestro -y le pido disculpas a él y ustedes por no haberlo mencionado-, Mr. Sherlock Holmes, no sé si creemos verdaderamente en El perro de los Baskerville. No lo creo, al menos yo creo en Sherlock Holmes, creo en el Dr. Watson, creo en esa amistad.

Y lo mismo ocurre con Don Quijote. Por ejemplo, cuando cuenta las extrañas cosas que vio en la cueva de Montesinos. Y sin embargo, yo siento que él es un personaje muy real. Las historias no tienen nada especial, no se ve ninguna ansiedad especial en la urdimbre que las une, pero son, en cierto sentido, como espejos, como espejos en los que podemos ver a Don Quijote. Y sin embargo, al final, cuando él vuelve, cuando vuelve a su pueblo natal para morir, sentimos lástima de él porque tenemos que creer en esa aventura. El siempre había sido un hombre valiente. Fue un hombre valiente cuando le dijo estas palabras al caballero enmascarado que lo derribó: «Dulcinea del Toboso es la dama más bella del mundo, y yo el más miserable de los caballeros». Y sin embargo, al final, descubrió que toda su vida había sido una ilusión, una necedad, y murió de la manera más triste del mundo, sabiendo que había estado equivocado.

Ahora llegamos a lo que tal vez sea la escena más grande de ese gran libro: la verdadera muerte de Alonso Quijano. Tal vez sea una lástima que sepamos tan poco de Alonso Quijano. Sólo nos es mostrado en una o dos páginas antes de que se vuelva loco. Y sin embargo, tal vez no sea una lástima, porque sentimos que sus amigos lo abandonaron. Y entonces también podemos amarlo. Y al final, cuando Alonso Quijano descubre que nunca ha sido Don Quijote, que Don Quijote es una mera ilusión, y que está por morirse, la tristeza nos arrasa, y también a Cervantes.

Cualquier otro escritor hubiera cedido a la tentación de escribir un «pasaje florido». Después de todo, debemos pensar que Don Quijote había acompañado a Cervantes muchos años. Y, cuando le llega el momento de morir, Cervantes debe haber sentido que se estaba despidiendo de un viejo y querido amigo. Y, si hubiera sido peor escritor, o tal vez si hubiera sentido menos pena por lo que estaba pasando, se hubiera lanzado a una «escritura florida».

Ahora estoy al borde de la blasfemia, pero creo que cuando Hamlet está por morir, creo que tendría que haber dicho algo mejor que «el resto es silencio». Porque eso me impresiona como escritura florida y bastante falsa. Amo a Shakespeare, lo amo tanto que puedo decir estas cosas de él y esperar que me perdone. Pero bien, también diré: Hamlet, «el resto es silencio»... no hay otro que pueda decir eso antes de morir. Después de todo, era un dandy y le encantaba lucirse.

Pero en el caso de Don Quijote, Cervantes se sintió tan sobrecogido por lo que estaba ocurriendo que escribió: «El cual entre suspiros y lágrimas de quienes lo rodeaban», y no recuerdo exactamente las palabras, pero el sentido es «dio el espíritu, quiero decir que se murió». Ahora bien, supongo que cuando Cervantes releyó esa oración debe haber sentido que no estaba a la altura de lo que se esperaba de él. Y sin embargo, también debe haber sentido que se había producido un gran milagro. De algún modo sentimos que Cervantes lo lamenta mucho, que Cervantes está tan triste como nosotros. Y por eso se le puede perdonar una oración imperfecta, una oración tentativa, una oración que en realidad no es imperfecta ni tentativa sino un resquicio a través del cual podemos ver lo que él sentía.

Ahora, si me hacen algunas preguntas trataré de responderlas. Siento que no he hecho justicia al tema, pero después de todo, estoy un poco conmovido. He vuelto a Austin después de seis años. Y tal vez ese sentimiento ha superado lo que siento por Cervantes y por Don Quijote. Creo que los hombres seguirán pensando en Don Quijote porque después de todo hay una cosa que no queremos olvidar: una cosa que nos da vida de tanto en tanto, y que tal vez nos la quita, y esa cosa es la felicidad. Y, a pesar de los muchos infortunios de Don Quijote, el libro nos da como sentimiento final la felicidad. Y sé que seguirá dándoles felicidad a los hombres. Y para repetir una frase trillada y famosa, pero por supuesto todas las expresiones famosas se vuelven trilladas: «Algo bello es una dicha eterna». Y de algún modo Don Quijote -más allá del hecho de que nos hemos puesto un poco mórbidos, de que todos hemos sido sentimentales con respecto a él-  es esencialmente una causa de dicha. Siempre pienso que una de las cosas felices que me han ocurrido en la vida es haber conocido a Don Quijote.


jueves, 6 de diciembre de 2012

Javier Egea "Te trajeron los violines"



Te trajeron de golpe los violines
y eras algo más rubia de lo que yo esperaba
pero bella y letal como veneno.

Y era una especie de traición tu cuerpo.

Mientras ibas tomando mi casa pieza a pieza,
para alcanzar los últimos rincones
te adelgazaste en besos, pasos, ecos.


Javier Egea


Javier Egea (Granada; 1952 - 1999), considerado uno de los poetas españoles más importantes de los años ochenta, fue uno de los padres del movimiento poético La otra sentimentalidad junto con Luis García Montero y Álvaro Salvador Jofre

domingo, 25 de noviembre de 2012

Perez Galdos (Episodios Nacionales, Bailen)



Ésto es lo cierto: la Mancha, si alguna belleza tiene, es la belleza de su conjunto, su propia desnudez y monotonía, que, si no distraen ni suspenden la imaginación, la dejan libre, dándole espacio y luz donde se precipite sin tropiezo alguno. La grandeza del pensamiento de D. Quijote no se comprende sino en la grandeza de la Mancha. En un país montuoso, fresco, verde, poblado de agradables sombras, con lindas casas, huertos floridos, luz templada y ambiente espeso, D. Quijote no hubiera podido existir y habría muerto en flor, tras la primera salida, sin asombrar al mundo con las grandes hazañas de la segunda.
Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a ninguna; tierras surcadas por las veredas del acaso, de la aventura, y donde todo cuanto pase ha de parecer obra de la casualidad o de los genios de la fábula; necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace a los cuerdos locos; aquel campo sin fin donde se levanta el polvo de imaginarias batallas, produciendo, al transparentar de la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de torres, de castillos; necesitaba aquella escasez de ciudades que hace más rara y extraordinaria la presencia de un hombre o de un animal; necesitaba aquel silencio cuando hay calma, y aquel desaforado rugir de los vientos cuando hay tempestad; calma y ruido que son igualmente tristes y extienden su tristeza a todo lo que pasa, de modo que si se encuentra un ser humano en aquellas soledades, al punto se le tiene por un desgraciado, un afligido, un menesteroso, un agraviado que anda buscando quien le ampare contra los opresores y tiranos; necesitaba, repito, aquella total ausencia de obras humanas que representen el positivismo, el sentido práctico, cortapisas de la imaginación, que la detendrían en su insensato vuelo; necesitaba, en fin, que el hombre no pusiera en aquellos campos más muestras de su industria y de su ciencia que los patriarcales molinos de viento, a los cuales sólo el lenguaje faltaría para ser colosos, inquietos y furibundos, que desde lejos llaman y espantan al viajero con sus gestos amenazadores.

Pérez Galdos /Episodios Nacionales/Bailen

lunes, 12 de noviembre de 2012

Juan Carlos Llops "Esto quiero que sea mi vida para ti"



Esto quiero que sea mi vida para ti:
este mantel de colores, las confituras,
el pan y la leche, blancos; las tazas de té
y los pájaros que juegan en los naranjos.
Que es a esta hora de la mañana,
cuando el sol tiñe el jardín con luz benigna,
la hora en que todo se empieza
por vez primera y nada puede dañarnos.
No dejes que el torvo rostro del mundo
salpique de miserias nuestro desayuno.
Que tus ojos se detengan en los míos
y lean que es para ti todo lo que he escrito.
Y las sombras que hayamos conocido
serán sólo migajas sobre este mantel ruso.

(En el hangar vacío) Juan Carlos lLops

jueves, 8 de noviembre de 2012

Leopoldo Maria Panero "Hembra"



Hembra que entre mis muslos callabas
de todos los favores que pude prometerte
te debo la locura.


Leopoldo Maria Panero “El ultimo hombre” (1984)

Carlos Edmundo Ory "estar contigo es un vocablo insólito"



Estar contigo es un vocablo insólito...



Estar contigo es un vocablo insólito
y el día que se rompa en pedacitos
el enorme silencio del olvido
será un eco anacrónico en mis noches

Alejanado de tu hechura a tientas
repitiendo sintigo en mi destierro
ya no cultivaré la corteza uniforme
de una estrella en la punta de mis dedos

Eres tan espantosamente joven
que estar contigo es un regalo loco


De "Miserable ternura"

Gonzalo Rojas "Mnemosyné"



                “Mnemosyné


3 meses entré en la mujer aérea, en un servicio
gozoso, carta a carta, 3
la olfateé desnuda en cada pétalo contra
los motores, me envicié
de aceite, compuse palomas
palpitantes en loor
de un ritmo blanco encima
de los diez mil hasta la asfixia-crucero y
dos pezones, ya se sabe: gran rapto
por Júpiter, de un Heathcliff
ya viejo, de una Catherine
a media lozanía,
                             de qué,
de quién, de cuál hermosura,
                                               tres
que no sé meses de qué la bese, la entré
tartamudeante, la anduve, me hice tobillo
de sus tobillos todo Buenos Aires
.

                                 Gonzalo Rojas

martes, 30 de octubre de 2012

Roque Dalton "Hora de la ceniza"





         “Hora de la ceniza 


Finaliza septiembre. Es hora de decirte
lo difícil que ha sido no morir.

Por ejemplo, esta tarde
tengo en las manos grises
libros hermosos que no entiendo,
no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia
y me cae sin motivo el recuerdo
del primer perro a quien amé cuando niño.

Desde ayer que te fuiste
hay humedad y frío hasta en la música.
Cuando yo muera,
sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable,
mi bandera sin derecho a cansarse,
la concreta verdad que repartí desde el fuego,
el puño que hice unánime
con el clamor de piedra que exigió la esperanza.

Hace frío sin ti. Cuando yo muera,
cuando yo muera
dirán con buenas intenciones
que no supe llorar.
Ahora llueve de nuevo.
Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto
como hoy.

Siento deseos de reír
o de matarme.


domingo, 7 de octubre de 2012

Thomas Mann "Travesía marítima de don Quijote"


M A N N , E N T R E LOS A D M I R A D O R E S A L E M A N E S DE C E R V A N T E S
Travesía marítima con don Quijote

Texto de la conferencia pronunciada por el profesor Kurt Spang en
la Universidad de Navarra, en octubre pasado, con ocasión de la Semana
Cultural Hispano-Alemana, que se celebra desde hace trece años
en dicha universidad.
Lo que faltaba: don Quijote viajando por el mar. Tal vez, después de
tanto Quijote por tierra, tampoco vendría mal mandarle de viaje por
el mar para bajar de alguna manera la fiebre desencadenada por tantos
afanes quijotescos con ocasión del cuarto centenario.
Pero no es eso. El viaje que emprendió Thomas Mann en 1934 por
el Atlántico a Nueva York no es más que el motivo externo para que el
premio Nobel alemán se llevase como lectura de viaje el Quijote. «El
Don Quijote es un libro universal y para un viaje al nuevo mundo es
justo lo apropiado», constata Mann1. De ahí el título Meerfahrt mit Don
Quijote («Viaje por el mar con Don Quijote»), una mezcla entre apuntes
de diario y observaciones y comentarios sobre las lecturas del Quijote,
hechas entre el 19 y el 29 de mayo de 1934. De las apenas cien páginas
que ocupa este librito, una tercera parte se dedica a apuntes sobre
la lectura del Quijote y el resto describe episodios y detalles del propio
viaje que era el primero que realizó Mann. Además, seguramente para
abultar, la editorial inserta una serie de fotos del matrimonio Mann y de
varios barcos transatlánticos que utilizó hasta 1951 para sus viajes a Estados
Unidos y a Europa.
No es mi intención comentar todas las observaciones muy interesantes
que apunta Thomas Mann sobre el Quijote, porque no dispongo del
espacio suficiente. En el fondo, el punto que llama la atención es el hecho
de que el Quijote pudo interesar y fascinar a nuestro novelista como pudo
entusiasmar también a miles de lectores alemanes durante el Romanticismo
en el siglo XIX. Hubo muchos alemanes en aquel entonces que
aprendieron español sólo para poder leer el Quijote en el idioma original.
Una circunstancia que contrasta llamativamente con el actual desinterés
y a menudo aburrimiento que suele producir la novela, a pesar de que
se considera la pionera y fundadora de la novela moderna.
He seleccionado algunas de las consideraciones capaces de explicarnos
el interés de Mann por esta obra literaria y capaces quizá también
de despertar el interés general por la novela y profundizar en conocimientos,
en caso de que ya se haya superado una eventual aversión.
OBRA DE TRADUCTORES Una de las primeras observaciones parte
del hecho de que Thomas Mann —que
no sabía español— leyó la novela en la admirable traducción de Ludwig
Tieck, cuya labor Mann elogia profusamente.
Pero no es el hecho más destacable para él sino que, en el Quijote,
el propio Cervantes finge que la novela no es obra suya sino una traducción,
la traducción de un libro escrito en árabe por un tal Cide Hamete
Benengeli, escritor moro cuyo manuscrito encuentra el narrador
en un mercado de Toledo y que manda traducir al castellano a otro
moro con el que tropieza por casualidad en el mismo mercado. ¿Por qué
Cervantes inventa esta circunstancia?
La costumbre de atribuir la autoría de un libro a una persona ficticia
no era, y todavía hoy no es rara, porque entre otras cosas ofrecía la
ventaja de que el autor real no tenía que responsabilizarse de lo escrito
—podía así sortear la censura—. De ese modo los autores encontraban
menos reparos para criticar libremente la sociedad en la que vivía; como
en nuestro caso, por ejemplo, la manía de sus contemporáneos de leer
libros de caballerías.
Es algo parecido a la crítica de un autor actual que vituperara la
manía de seguir en televisión Gran hermano o las cargantes telenovelas
interminables. Es más, para Cervantes la crítica de la lectura de libros
de caballerías se transforma en el motivo principal y en la estructura básica
de la novela ya que, en la ficción novelística, el propio don Quijote
era lector afanoso de este tipo de literatura fantástica y su propósito
de convertirse en caballero andante para socorrer a los necesitados y
ayudar a los desamparados tiene su origen en las lecturas indiscriminadas
y poco críticas de numerosos libros de caballerías.
Superficialmente, esta circunstancia podría sugerir al lector del Quijote
que Cervantes ha querido avisar del peligro de que la lectura de este
tipo de libros hace que los lectores pierdan la cordura y se vuelvan ridículos.
De hecho numerosas generaciones de lectores han leído el Quijote
como mero pasatiempo entretenido y gracioso. Thomas Mann, sin
embargo, es de otra opinión y llama la atención sobre las múltiples facetas
de los protagonistas: «Don Quijote permanece loco, su obsesión de caballero
andante le obliga a ello, pero el capricho anacrónico también es
fuente de nobleza, limpieza y amenidad reales, de una cortesía atractiva
que merece respeto en todas sus manías, las corporales y espirituales, de
modo que las risas acerca de su figura triste y grotesca siempre están mezcladas
con respeto y sorpresa simpatizante. El hidalgo sin tachadura sigue
atractivo a pesar del comportamiento lastimoso y sublime a la vez. El espíritu,
a pesar de su caprichosa actuación, lo ennoblece y hace que su
dignidad moral salga ilesa de cualquier humillación» (pág. 25).
Mann ha visto muy claramente que no se hace justicia al caballero
de la triste figura considerándolo únicamente un payaso maniático, pues
Cervantes ha querido darle una categoría humana mucho más profunda
y respetable, ejemplar y universal. A menudo esta dimensión no se
descubre porque las lecturas se detienen frecuentemente en los meros
acontecimientos superficiales. Se lee el qué y a lo sumo el cómo, pero
pocas veces se trata de averiguar el porqué, es decir, el motivo por el
cual el autor inventa estas circunstancias.
UN AMANTE IDEAL Por debajo de las manías de don Quijote se
halla la nobleza del fiel admirador imperturbable
de la sin par hermosa Dulcinea; un amor irreal y demasiado idealista
pero fiel y constante como ya quedan pocos. El Quijote es en el
fondo un canto y una alabanza de la fidelidad amorosa. Por debajo de
sus manías hallamos la dignidad del idealista que lucha por el bien a
pesar de la engañosa y oportunista forma de vivir de la mayoría de la
gente. Don Quijote está dispuesto a recibir palos y arriesga castigos y
engaños, pero no pierde la fe en la bondad del hombre y en la posibilidad
de hacer el bien y ayudar al prójimo a pesar de todo. ¡Menudo ejemplo
en los tiempos que corren! Además, por anticuado, no se ha vuelto
inválido.
A Mann le llama la atención que Cervantes escoja adrede situaciones
grotescas que deja atravesar a su protagonista porque también pretende
censurar y satirizar las exageraciones de los libros de caballerías,
que son verdaderos compendios de exageraciones e inverosimilitudes.
Sin embargo, pensando en nuestro presente deberíamos preguntarnos:
¿cuántos Quijotes nos harían falta en la sociedad actual para contrarrestar
las intrigas, bellaquerías y corrupciones a las que estamos expuestos?
¿Cuántos quedan dispuestos a defender desinteresadamente a
los desamparados y socorrer a los necesitados en nuestros días?
UN ESPAÑOL SOBRE OTRO ESPAÑOL Acerca de Sancho Panza observa
Thomas Mann: «Este
gordinflón, con sus mil refranes, su salero y su sentido común campesino
no comparte las "ideas" ya que no le traen más que palizas sino que cuida
de su alforja; y sin embargo, se ilusiona por este espíritu, siente cariño por
su amo bueno y absurdo; no le abandona a pesar de que estar a su servicio
no le trae más que incordios; al contrario, le guarda fidelidad sincera y admirativa
a pesar de que de vez en cuando tiene que mentirle. Esto es maravilloso,
llena su figura de humanidad y la eleva por encima de la esfera
de la mera comicidad hacia lo humorístico entrañable» (págs. 25-26).
No es casual que Cervantes ponga al lado de su caballero idealista y
soñador este personaje que contrasta con él en casi todos los aspectos.
Es el representante de la cordura y del sentido común, es el realista que
ve las cosas como son y conoce los bajos fondos de la sociedad y de la
humanidad. Lo inventa Cervantes para bajar de las nubes a su amo,
aunque no siempre lo consigue o lo consigue sólo cuando él solo o los
dos ya hayan recibido una de las abundantes palizas que se reparten en
la novela. Sancho sabe que la vida es así, que no todo es coser y cantar
como hubiera podido comentar aprovechando el pozo de dichos y proverbios
del que siempre está dispuesto a sacar ejemplos apropiados (y no
tan apropiados).
Sancho representa para Thomas Mann un rasgo característico del
pueblo español: su actitud ante la noble locura —léase idealismo— a
la que no tiene más remedio que servir. Habrá que preguntarse si esta
caracterización de lo español habrá sido válida en 1934; y además habría
que añadir que, si existe, no era y incluso hoy no es un rasgo exclusivamente
español, pues todos admiramos —aunque sea inconscientemente—
la persona que a pesar de los contratiempos defiende
ideales, lucha por el bien y contra el mal. Todos llevamos un pequeño
Quijote dentro de nosotros, aunque muchos lo arrinconen en lo más
recóndito de sus corazones. ¿Quién no admira, por lo menos por sus
adentros, la grandeza de espíritu, la magnanimidad y la caballerosidad
desinteresadas?
«La humanidad —comenta Thomas Mann— se dobla ciertamente
ante el éxito, ante los hechos consumados del poder, incluso cuando se
inician con un crimen. Pero en el fondo no olvida lo feo humano, la injusticia
violenta y la brutalidad que ocurre en su seno, sin su simpatía no
se puede mantener un éxito de poder e industria. La historia es la realidad
común para la cual uno ha nacido, para la cual uno debe esforzarse
y en la cual fracasa la magnanimidad inadaptada de don Quijote. Ello
resulta cautivador y gracioso a la vez» (págs. 26-27).
Nuestro héroe es un modelo de aguante ante los percances que pudo
padecer una persona entonces y que puede sufrir hoy y siempre; en el
fondo, don Quijote es un pequeño Job admirable, de los que ya no quedan
muchos ejemplares. Pero no es un sufridor humilde y resignado,
sino un luchador y emprendedor, con ganas de enfrentarse con el peligro
y de arreglar el mundo. Es más —y esto llama la atención de Thomas
Mann—, al lado de las muestras palpables de locura idealista,
el caballero da muestras de una cordura que admira a los personajes
con los que se encuentra y que admiran hasta el lector de hoy en día.
Don Quijote pronuncia unos discursos llenos de saber y sabiduría humanísticos.
Los comenta Mann como sigue: «Son excelentes estos discursos;
por ejemplo, uno sobre la educación o sobre poesía natural y artística
que pronuncia ante su compañero de viaje, el Caballero del Verde
Gabán, están llenos de cordura, de justicia, de benevolencia humana y
nobleza formal, de modo que el del Verde Gabán duda con razón y finalmente
abandona totalmente la opinión de que don Quijote fuese loco,
que se había formado al principio. Pero eso es lo que se intenta mostrar y
también el lector debe abandonar esta opinión. [...] El respeto [de Cervantes]
ante la criatura de su propia invención crece continuamente durante
la narración, este proceso es quizá lo más fascinante en toda la novela,
es incluso una novela aparte que coincide con el creciente respeto
ante la obra misma que fue concebida modestamente como tosca broma
satírica, sin hacerse una idea de qué rango simbólico-humano había de alcanzar
la figura del protagonista» (pág. 43).
El lector que considere estos contrastes como mero juego o simple
variación de temas y formas de presentación no ha entendido el propósito
de Cervantes y no interpretará debidamente la novela. Don Quijote
es el idealista ingenuo, cegado por sus sueños de mejorar el mundo
y tropezando continuamente con la incomprensión y la ceguera de la
gente que no quiere ver la verdad y el bien, gente que se ha arreglado en
esta vida y se resiste a ser sacada de sus casillas.
LA RIDICULEZ DEL IDEALISMO. He aquí el valor universal y eterno
de la novela porque también es
una prueba de que el hombre es terco en sus autoengaños e inalterable
en sus actuaciones aunque sean falsas y perjudiciales. Muestra también
que los idealistas con frecuencia ven defectos e infracciones donde no
los hay, muestra que el idealismo ofuscado es tan ciego como el oportunismo
y el egoísmo.
Los episodios que inventa Cervantes para mostrar la ridiculez del
idealismo ciego son realmente brutales e inmisericordes. Piensen ustedes
en la pesadumbre que prepara Sancho sin querer a don Quijote,
guardando unos quesos frescos en el yelmo de su amo: al ponerselo éste,
empiezan a derretirse de modo que don Quijote teme que se le esté
ablandando el cerebro o que esté sudando un sudor horrible que podría
hacer creer a los demás que se debe al miedo.
Este tipo de «jugadas» al héroe tiene tanto de sarcástico y de salvaje
como el hecho de encerrar a don Quijote en una jaula y llevarlo sobre
un carro a su pueblo. Son quizá los momentos más abominables y degradantes
para don Quijote. Sin embargo, en realidad Cervantes no
quiere humillar a su protagonista, al contrario, lo quiere y lo honra.
Thomas Mann se pregunta: «¿No tiene aires de mortificación, de autohumillación
y autocastigo esta crueldad? Sí, a mí me resulta como si
alguien abandonara aquí su tantas veces vilipendiada fe en los ideales,
en el hombre y en su ennoblecimiento y que esta conformidad con la
realidad ordinaria fuese realmente la definición del humor» (pág. 49).
No carece de justificación esta suposición de Thomas Mann: Cervantes
está, por así decir, vengándose a título personal de los agravios y
las desilusiones que ha debido sufrir él mismo como ciudadano. Se desahoga
en su novela por las injusticias personales sufridas.
HACIA EL FINAL. Tal vez deba interpretarse también en esta línea
el final de la novela. Como se sabe, en el lecho
de muerte don Quijote se arrepiente, reconoce que fue un error dejarse
engañar por las utópicas ideas de los libros de caballerías, el hacerse caballero
andante y el haber creído que pudiese mejorar el mundo.
Este final se halla en un contraste extremo con lo que Thomas
Mann considera el objetivo supremo de las actuaciones de don Quijote
y de toda la novela. Se refiere al «capítulo maravilloso narrado con una
comicidad patética que revela el auténtico entusiasmo del poeta frente
a la locura heroica de su protagonista. Su contenido es extrañamente
conmovedor y grandiosamente ridículo. El encuentro con el carro cargado
de leones que manda el general de Orán a la corte como regalo
para el rey. El suspense con que se leen estas páginas, después de todo
lo que se sabe ya de la magnanimidad ciega e infructuosa de don Quijote,
y en las que insiste sin dejarse desviar por ninguna objeción racional;
estas páginas testimonian del arte extraordinario del narrador de
variar el mismo motivo a través de todas las posibles transformaciones
y, sin embargo, mantenerlo fresco y efectivo (págs. 62-63).
En este episodio don Quijote pretende desafiar a unos leones insistiendo
en luchar contra ellos; pero los leones ni le hacen caso, ni bajan
de la jaula abierta por el guardián después de insistirle enérgicamente
don Quijote.
Por tanto, no basta querer luchar y demostrar su valor; si el adversario
ni te hace caso, todo tu valor es inútil e infructuoso. Eso es lo que
don Quijote descubre también en el lecho de muerte: no se debe luchar
si la causa no es adecuada.
Thomas Mann no está satisfecho con este final, porque teme que
con esta muerte tan razonable y tan trivial pueden también desaparecer,
o por lo menos infravalorar, los ideales por los que luchó su héroe. Ciertamente
Cervantes ha conseguido parodiar y ridiculizar los libros de
caballerías, lo cual era su primer propósito; pero si con ello provoca la
desaparición de los nobles ideales por los que se comprometió don Quijote
surge el riesgo de que el lector considere que este final podría desprestigiar
o incluso acabar con los esfuerzos continuos de hacer el bien
contra viento y marea. Así Don Quijote de la Mancha dejaría de ser el
libro ejemplar, modelo de todas las novelas modernas y además el libro
de más prestigio de la literatura española, sino que dejaría también de
ser demostración de un comportamiento que imperturbablemente se
empeña en luchar por la verdad y el bien. Porque sólo por esta razón el
Quijote se ha convertido en un libro universal y ha sobrevivido la ficticia
muerte de su héroe.
N O T A S

1 Thomas Mann, Essays, vol. 4: Achtung, Europa! 1933-1938, Frankfurt am Main: S. Fischer
Verlag 1995, pp. 14-15 Citamos y traducimos de la edición Meerfahrt mit Don Quijote, de la
misma editorial y publicada en 2003 con indicación de la página entre paréntesis.

Andreas Selvi "Abarloados"


ABARLOADOS

Abarloémonos, amor,
bajo los últimos rayos de poniente,
que mezan a tu alma
hoy mis silencios,
que tus palabras
se amarren a mi puente.
                                      Andreas Selvi

Francisco Quevedo "Muestra el error de lo que se desea y el acierto en no alcanzar felicidades.


MUESTRA EL ERROR DE LO QUE SE DESEA Y EL ACIERTO EN NO ALCANZAR FELICIDADES


Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos,
los que son llantos hoy fueran trofeos:
¡mirad el ciego error en que he vivido!

Con mis aumentos propios me he perdido;
las ganancias me fueron devaneos;
consulté a la Fortuna mis empleos,
y en ellos adquirí pena y gemido.

Perdí, con el desprecio y la pobreza,
la paz y el ocio; el sueño, amedrentado,
se fue en esclavitud de la riqueza.

Quedé en poder del oro y del cuidado,
sin ver cuán liberal Naturaleza
da lo que basta al seso no turbado.

Pere Gimferrer "LILE ENCHANTËE"


      L´ÎLE ENCHANTÉE


El vidrio articulado, la mujer,
la paradoja del color del agua,
la oscuridad granate que repliega
el labio rojo, el tornasol del pubis,
el labio rojo de tu cestería,
el horizonte de tus muslos blancos,
cerrado en sí o abierto en sí el compás,
la brújula del aire ensortijado
la sortija del aire de tu boca,
el aire pronunciado en tu zarzal,
la zarza en llamas de tu pubis rubio,
el antifaz oscuro en quemazón
esta palabra que tu sexo dice
sólo con existir en mi mirada,
esta palabra que tu sexo dice
sólo con existir en mi mirada,
esta palabra que en tu vientre late
como lo veteado está el imán,
como a oscuras del aire sin sonido,
como esta daga de tu cuerpo rasga
los cortinajes del atardecer,
este parral de vides ataviadas
de tu denudo en agua y en columna,
el ramo que no es ramo en el jarrón
sino idea de ramo en carnadura,
la vida abstracta de tu carnación,
el color de tu piel hecho concepto;
oscuro el foso fundirá mi mano,
sumida en ti como sondea el piélago
el ancoraje de los arrecifes,
y en luz ciega de valvas y sargazos
un arlequín se lanza al carnaval,
al domino de fuego de la noche,
la concisión del aire enmascarado,
la concesión del vértigo embozado,
el bombear de tus alegorías,
los estragos del viento que entroniza
esta proclamación de tu desnudo:
el disparo y tahona del fulgor

Pere Gimferrer


viernes, 5 de octubre de 2012

Miguel Hernandez "Todo esta lleno de ti"


    Todo está lleno de ti

Aunque tú no estás, mis ojos
de ti, de todo, están llenos.
No has nacido sólo a un alba,
sólo a un ocaso no he muerto.
El mundo lleno de ti
y nutrido el cementerio
de mí, por todas las cosas,
de los dos, por todo el pueblo.
En las calles voy dejando
algo que voy recogiendo:
pedazos de vida mía
perdidos desde muy lejos.

Libre soy en la agonía
y encarcelado me veo
en los radiantes umbrales,
radiantes de nacimientos.
Todo está lleno de mí:
de algo que es tuyo y recuerdo
perdido, pero encontrado
alguna vez, algún tiempo.
Tiempo que se queda atrás
decididamente negro,
indeleblemente rojo,
dorado sobre tu cuerpo.
Todo está lleno de ti,
traspasado de tu pelo:
de algo que no he conseguido
busco entre tus huesos.

                  Miguel Hernández

miércoles, 3 de octubre de 2012

Joan Margatit "la muchacha del semáforo"



La muchacha del semáforo

Tienes la misma edad que yo tenía
cuando empezaba a soñar en encontrarte.
No sabía aún, igual que tú
no lo has aprendido aún, que algún día
el amor es esta arma cargada
de soledad y de melancolía
que ahora te está apuntando desde mis ojos.
Tú eres la muchacha que yo estuve buscando
durante tanto tiempo cuando aún no existías.
Y yo soy aquel hombre hacia el cual
querrás un día dirigir tus pasos.
Pero estaré entonces tan lejos de ti
como ahora tú de mí en este semáforo.
                                    
  Joan Margarit

martes, 2 de octubre de 2012

Gerardo Diego "Insomnio"


                      INSOMNIO

Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.

En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.

Saber que duermes tú, cierta, segura
—cauce fiel de abandono, línea pura—,
tan cerca de mis brazos maniatados.

Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.


                               Gerardo  Diego

Leopoldo Maria Panero "Brillo en la mano"


    Brillo en la mano

Locura es estar ausente
humo es todo lo que queda
de mí en la página que no hay
cae al suelo mi figura
y libre de mí se mueve
el papel de pura ausencia.

Leopoldo Maria Panero

Miguel Hernandez "Orillas de tu vientre"



  Orillas de Tu Vientre

¿Qué exaltaré en la tierra que no sea algo tuyo?
A mi lecho de ausente me echo como a una cruz
de solitarias lunas del deseo, y exalto
la orilla de tu vientre.
Clavellina del valle que provocan tus piernas.
Granada que ha rasgado de plenitud su boca.
Trémula zarzamora suavemente dentada
donde vivo arrojado.
Arrojado y fugaz como el pez generoso,
ansioso de que el agua, la lenta acción del agua
lo devaste: sepulte su decisión eléctrica
de fértiles relámpagos.
Aún me estremece el choque primero de los dos;
cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas,
impulsamos las sábanas a un abril de amapolas,
nos inspiraba el mar.
Soto que atrae, umbría de vello casi en llamas,
dentellada tenaz que siento en lo más hondo,
vertiginoso abismo que me recoge, loco
de la lúcida muerte.
Túnel por el que a ciegas me aferro a tus entrañas.
Recóndito lucero tras una madreselva
hacia donde la espuma se agolpa, arrebatada
del íntimo destino.
En ti tiene el oasis su más ansiado huerto:
el clavel y el jazmín se entrelazan, se ahogan.
De ti son 
tantos siglos de muerte, de locura
como te han sucedido.
Corazón de la tierra, centro del universo,
todo se atorbellina, con afán de satélite
en torno a ti, pupila del sol que te entreabres
en la flor del manzano.
Ventana que da al mar, a una diáfana muerte
cada vez más profunda, más azul y anchurosa.
Su hálito de infinito propaga los espacios
entre tú y yo y el fuego.
Trágame, leve hoyo donde avanzo y me entierro.
La losa que me cubra sea tu vientre leve,
la madera tu carne, la bóveda tu ombligo,
la eternidad la orilla
.
En ti me precipito como en la inmensidad
de un mediodía claro de sangre submarina,
mientras el delirante hoyo se hunde en el mar,
y el clamor se hace hombre.
Por ti logro en tu centro la libertad del astro.
En ti nos acoplamos como dos eslabones,
tú poseedora y yo. Y así somos cadena:
mortalmente abrazados.


MIGUEL  HERNANDEZ

lunes, 1 de octubre de 2012

Julio Cortazar "Cinco últimos poemas para Cris"


 Cinco últimos poemas para Cris

Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo,
de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose una a una
en los alambres de la página,
chirriando, picoteando, lluvia de alas

y yo sin pan que darles, solamente
dejándolos venir. Tal vez
sea eso un árbol
o tal vez
el amor.
Anoche te soñé
sacerdotisa de Sekhmet, la diosa leontocéfala.
Ella desnuda en pórfido,
tu tersa piel desnuda.
¿Que ofrenda le rendías a la deidad salvaje
que miraba a través de tu mirada
un horizonte eterno e implacable?
La taza de tus manos contenía
tu libación secreta, lágrimas
o tu sangre menstrual, o tu saliva.
en todo caso no era semen
y mi sueño sabía
que la ofrenda sería rechazada
con un lento rugido desdeñoso
tal como desde siempre
lo habías esperado.
Después, quizá, ya no lo sé,
las garras en tu seno
colmándote.
Nunca sabré porqué tu lengua entró en mi boca
cuando nos despedimos en tu hotel
después de un amistoso recorrer la ciudad
y un ajuste preciso de distancias.
Creí por un momento que me dabas
una cita futura,
que abrías una tierra de nadie, un interregno
donde alcanzar tu minucioso musgo.
Circundada de amigas me besaste,
yo la excepción, el monstruo,
y tú la transgresora murmurante.
Vaya a saber a quién besabas,
de quién te despedías.
Fui el vicario feliz de un solo instante,
el que a veces encuentra en su saliva
un breve gusto a madreselva
bajo cielos australes.
Quisiera ser Tiresias esta noche
y en una lenta espera boca abajo
recibirte y gemir bajo tus látigos
y tus tibias medusas.
Sabiendo que es la hora
de la metamorfosis recurrente,
y que al bajar el vórtice de espumas
te abrirías llorando,
dulcemente empalada.
Para volver después
a tu imperioso reino de falanges,
al cerco de piel, tus pulpos húmedos,
hasta arrancarnos juntos y alcanzar abrazados
las arenas del sueño.
Pero no soy Tiresias,
tan sólo el unicornio
que busca el agua de tus manos
y encuentra entre los belfos
un puñado de sal.
No te voy a cansar con más poemas.
Digamos que te dije
nubes, tijeras, barriletes, lápices
y acaso alguna vez
te sonreíste.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Juan Ramon Jimenez "El viaje definitivo"


             El viaje definitivo

…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando
.
              
                   Juan Ramón Jiménez

Joan Margarit "En torno a la protagonista de un poema"


En torno a la protagonista de un poema



Conocía muy bien tu piel dorada,
la señal de peligro de tus ojos azules.
Sueños de profesor que comenzaba
a perder su futuro. Hace mucho surgiste
entre aquellos muchachos y muchachas
del bar acristalado de nuestra Escuela blanca,
desde donde veíamos el mar.
Me preguntan quién eres. Quizás, un día, expertos
en soledad y en crímenes pasados
buscarán, amparada en las palabras,
la sombra de tu nombre y no hallarán
sino cartas violeta de la noche
y el rastro, entre papeles, de unos ojos azules.

                                        
   Joan  Margarit

Mario Benedetti "Chau número tres"


Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres


sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
seguro sin seguro
te dejo frente al mar
descifrándote a solas
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota
te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía
pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono
estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos
estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra
estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen
y ojala pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.

Mario Benedetti

Antonio Machado "Por tierras de España"




                 POR TIERRAS DE ESPAÑA.            

El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.

Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.

Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.

Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.

Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.

Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.

El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—;
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.

                                    Antonio  Machado